Vivimos esta Semana Santa en el contexto del Año Jubilar de
la Misericordia, convocado por el Papa Francisco. ¿Dónde está la fuente de la
misericordia? Jesucristo, con su muerte y resurrección nos comunica la
misericordia infinita del Padre. Con nuestra mirada fija en Jesús y en su
rostro misericordioso percibimos el amor de Dios, un amor que se entrega, un
amor entrañable y compasivo al que nosotros estamos invitados a participar. La
Semana Santa es la “puerta santa” por la que entramos en el misterio insondable
de la entraña de Dios.
En estos días santos contemplamos por medio de las imágenes
procesionales la pasión y muerte de Jesucristo, que motivan nuestra sensibilidad
religiosa. Pero esta contemplación requiere ir más allá de la emoción para avivar
en nuestro corazón y en nuestra mente el deseo de abrazar la misericordia con
la que el Señor sale a nuestro encuentro. Después, la contemplación nos pone en
camino misionero. El Papa nos pone en guardia frente a las formas externas de
devoción desencarnadas, de una mundanidad espiritual con forma de religiosidad,
que puede responder más bien a una fe individual y subjetiva, a merced de las
emociones, una fe sin pies en la tierra, que no se traduce en obras de amor. « ¿De
qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?.. La
fe, si no tiene obras, está muerta» (Sant 2,14.17).
Una fe sin obras es como una Cuaresma sin Pascua, dice el
Papa. ¡Atención, no nos engañemos! Nada de lo que vivimos y celebramos en la
Semana Santa tiene sentido sin la Resurrección de Jesucristo. Porque, como dice
san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana
también vuestra fe; más todavía, resultamos unos falsos testigos de Dios» (1
Cor 15, 14-15). Por eso decimos un no rotundo al dolorismo estéril y
desencarnado, y un sí alegre y solidario que mantiene nuestro corazón abierto y
disponible a consolar al hermano que sufre, porque es allí donde se actualiza
hoy la pasión de Cristo.
El Papa nos recuerda que nuestro testimonio de la
misericordia de Dios es el de una “Iglesia en salida”. La Iglesia en salida es
la comunidad de discípulos misioneros que vive un deseo inagotable de brindar
misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y
su fuerza difusiva. La fuerza difusiva de la misericordia de Dios nos debe
llevar a tocar y abrazar las llagas del prójimo, a hacernos cargo del
sufrimiento del hermano. La Iglesia ha de ser el lugar de la misericordia, un
“hospital de campaña”, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado,
perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio.
Amigos diocesanos, «en la cruz, cuando Cristo sufría en su
carne el dramático encuentro entre el pecado del mundo y la misericordia
divina, pudo ver a sus pies la consoladora presencia de la Madre y del amigo» (EG
285). Las personas que nos rodean necesitan también hoy, a ejemplo de María y del
discípulo amado, que estemos firmes a los pies de la cruz de los que sufren por
cualquier causa y que le brindemos la consolación de nuestra presencia y de
nuestra ayuda concreta.
¡Felices los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia!
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