En estos días, cercanos a la fiesta de san José, celebramos
el día del Seminario. En este año jubilar de la misericordia el lema contiene
la misión del sacerdote: “Enviados a reconciliar”. El sacerdote es, por
naturaleza, conciliador.
Vivimos en un mundo fragmentado, donde muchas veces el
hombre no vive, sino que “sobrevive”, con muchas heridas en el camino, sumido
en una vorágine de superficialidad y consumismo por un lado, y de ensimismamiento,
dispersión e individualismo exacerbado por otro, un mundo necesitado de la
misericordia divina. Hemos de reconocer y aceptar que andamos heridos por
la vida, y pedir a quien tiene el poder de curar que nos ayude a sanar.
Dios se ha apiadado de la humanidad sufriente. Su
misericordia se ha desbordado sobre nosotros y viene en nuestra ayuda para
consolarnos, para darnos fuerzas en medio de la adversidad, para curar tantas
dolencias de los seres humanos. Nos recuerda el Papa que Jesucristo es el
rostro visible de la misericordia del Padre, que ha descendido hasta nuestra
humanidad herida para curarnos. Él es el buen pastor, lleno de
misericordia y compasión. Por eso, cuando veía a “las gentes que estaban
cansadas y agobiadas como ovejas sin pastor”, se apiadaba de ellas. Jesús
encarna de este modo las entrañas de misericordia y de ternura de nuestro Dios,
especialmente con aquellos que más lo necesitan.
Él mismo quiso confiar a sus apóstoles este “ministerio de
misericordia”, que hoy continuamos los obispos, como sucesores de los
apóstoles, y nuestros colaboradores los sacerdotes. Sin duda, la vocación
al ministerio sacerdotal es un gesto de misericordia que Dios tiene con el que
es llamado, pero a la vez con toda la Iglesia que necesita sacerdotes para
acercar al hombre de hoy la misericordia entrañable de nuestro Dios.
El sacerdote, como Cristo, es icono del Padre
misericordioso, y es enviado a reconciliar a los hombres en nombre de Cristo. El
corazón del sacerdote que fija la mirada en Jesús está lleno de amor, amor que
tiene un nombre extraordinario: misericordia. Por eso el sacerdote
está llamado a tener un corazón que se conmueve ante el sufrimiento, que acoge
a los hombres con ternura, que perdona sus pecados con misericordia y que tiene
una palabra de consuelo en la aflicción. De esta manera los sacerdotes por
medio de su vida y su ministerio se convierten en testigos de la misericordia
divina que previamente han experimentado.
Ante el día del seminario, hemos de implorar con fe al Señor
que no aparte su mirada misericordiosa de nuestra diócesis, y nos otorgue la
gracia de tener más sacerdotes que sean instrumentos de su misericordia. En
nuestro seminario se forman actualmente ocho seminaristas, que sin duda, son
una bendición del cielo para nuestra diócesis de Ávila. También contamos con
unos diez seminaristas “en familia”. Sin embargo precisamos más vocaciones al
ministerio ordenado para atender tantas necesidades pastorales y tantas
personas necesitadas de misericordia en nuestra Iglesia particular de Ávila.
Amigos diocesanos, necesitamos sacerdotes que vivan este
amor misericordioso de Dios, que, como dice el Papa Francisco, vivan su
vocación sacerdotal, con gozo, como un regalo de la misericordia de Dios. Os
invito a que en vuestras oraciones pidáis con humildad a Dios la gracia de más
vocaciones al sacerdocio, al mismo tiempo que os pido una oración por nuestros
seminaristas para que perseveren en el camino emprendido. Y rezad también por
mí y por nuestros sacerdotes para que seamos, con nuestras palabras y
testimonio de vida, verdaderos testigos de la misericordia divina.
Con mi afecto y bendición
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta esta noticia. ¡Gracias!