Unos 150 sacerdotes de toda la diócesis han participado esta
mañana en la Misa Crismal. Se trata de una celebración propia de la Semana
Santa que el Obispo celebra con su presbiterio, y dentro de la cual
consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos. Se trata, en definitiva, de
una manifestación de comunión de los sacerdotes con el propio Obispo.
Mons. Jesús García Burillo comenzaba su homilía con un
recuerdo por los tristes sucesos de Bruselas, ocurridos en el día de ayer,
asegurando que está “orando por las víctimas y sus familiares, cercano a su
dolor y sufrimiento”. El Obispo de Ávila continuó haciendo una reflexión sobre
las características que debería de tener la figura del sacerdote. Destacó,
entre otras, la necesidad de mostrarse cercano, algo que, a su juicio, “podemos
comprobar en las Homilías. ¿Cómo son: elevadas y lejanas al pueblo, o cercanas
a él?”. Haciendo suyas las palabras del Papa Francisco, pidió a los presbíteros
que fueran “pastores con olor a oveja, pero siempre con la sonrisa del papá”,
que no fueran “príncipes, sino hermanos”, fieles al mandato evangélico de
anunciar la Buena Noticia y ser discípulos de Jesús, practicantes de la
fraternidad, reflejo de la misericordia del Padre. Y, de nuevo citando al Santo
Padre en una de sus primeras alocuciones, alentó a los sacerdotes de la diócesis:
“¡Vamos adelante, todos juntos, el Obispo con el pueblo, impulsados por el amor
de Cristo!”
SENTIDO DE LA MISA CRISMAL
Se trata de conmemorar el día en que Cristo confió su
sacerdocio a los Apóstoles. De hecho, una parte central de la celebración es la
renovación de las promesas sacerdotales por parte de los presbíteros que allí
se encuentran. Para esta Misa, se reúnen y concelebran en ella los sacerdotes,
puesto que en la confección del Crisma son testigos y cooperadores del Obispo,
de cuya sagrada función participan, para la construcción del pueblo de Dios, su
santificación y su conducción: así se manifiesta claramente la unidad del
sacerdocio y del sacrificio de Cristo, que se perpetúa en la Iglesia.
Con el Santo Crisma consagrado por el Obispo, se ungen los
recién bautizados, y los confirmados son sellados. Se ungen asimismo las manos
de los sacerdotes, la cabeza de los obispos y la iglesia y los altares en su
dedicación. Por su parte, con el Óleo de los Catecúmenos, éstos se preparan y
disponen al Bautismo. Por último, con el Óleo de los enfermos, éstos reciben
alivio en su debilidad.
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