Queridos diocesanos:
En estos días tan especiales del año
cristiano, mientras pasamos más tiempo en familia y abrimos las puertas de
nuestra casa para acoger a parientes y amigos, Dios sale a nuestro encuentro en
la frágil figura de un niño recién nacido: Jesús, hijo de María. «La
encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su
novedad la historia del mundo» (AL 65), nos dice el Papa.
En su exhortación Amoris laetitia nos invita a
sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús: «sumergirnos en el sí de
María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el
sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María; en la fiesta de
los pastores junto al pesebre, en la adoración de los Magos; en la huida a
Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo exiliado, perseguido
y humillado»... «Este es el misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret,
lleno de perfume a familia» (AL 65). Dios quiso vivir, hacer suyo, este perfume
a familia, a hogar.
¿Qué significa esto para nosotros? ¿Por qué
conmovernos con esta novedad? Sólo podremos comprenderlo contemplando la vida
concreta de Jesús, de María y José, de Isabel y Zacarías, de los pastores y los
magos. Dios entra en la historia del mundo, Dios se hace próximo y camina a
nuestro lado, a nuestro ritmo -al vaivén de nuestras debilidades y aciertos, de
nuestro deseo de crear un mundo mejor y de nuestros conflictos-. Dios quiso
hacerse “novedad”, “buena noticia”, para nuestra vida, luz en medio de nuestra
tiniebla, alegría en medio de nuestras tristezas, esperanza en medio de
nuestros desánimos.
El misterio de la Navidad impregna todo lo
humano, nada queda lejos de la misericordia, la ternura y la bondad de Dios.
Por eso nuestro perfume a familia no es algo que le hayamos prestado a Dios en
el momento que se hizo uno de nosotros, sino que tiene su origen en Él, en su vida
trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo, en comunión de amor. Su “navidad”, la
encarnación del Verbo de Dios y su nacimiento entre los hombres, es nuestra
“navidad”: el alumbramiento de una humanidad nueva, renovada, redimida, más
humana, más fraterna.
Por eso no dejemos de contemplar el hogar de
Nazaret. «La alianza de amor y fidelidad, de la cual vive la Sagrada Familia,
ilumina el principio que da forma a cada familia, y la hace capaz de afrontar
mejor las vicisitudes de la vida y de la historia. Sobre esta base, cada
familia, a pesar de su debilidad, puede llegar a ser una luz en la oscuridad
del mundo» (AL 66).
Queridos amigos, seguramente en estos días podréis
contemplar y disfrutar del “Belén” de vuestra parroquia, el de vuestro hogar o
los muchos que hay en Ávila o los lugares que visitéis. Cuando pongáis vuestra
mirada en ellos no dejéis de pensar en que representan vidas concretas,
historias humanas que no están lejos de nuestra realidad. Pensad en las
familias -como la de Jesús, José y María- que viven en condiciones de pobreza y
marginación, de persecución; de las familias que en Navidad estarán lejos de
sus hogares y países porque huyen buscando salvar la vida; de aquellos que
-como los pastores- necesitan de una “buena noticia” que les anime; de las personas
que -como los magos- buscan con sincero corazón la verdad, la paz y un mundo justo,
guiados por la estrella de la esperanza. Historias concretas, como la de
nuestra familia, como la de cada uno de nosotros. Historias en la que Dios se
sumerge, porque Él es el Emmanuel, el “Dios-con-nosotros”. ¡Feliz Navidad!
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