En este tiempo de Adviento, la Iglesia nos
invita a poner nuestra mirada en la Virgen María, en ella la alegría y la gracia
de Dios nos abren un horizonte a la Esperanza. Así lo hemos celebrado en la
solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Os invito a contemplar y sacar fruto para
nuestra relación con Dios, leyendo el pasaje de la anunciación a María, en el
evangelio de san Lucas: «En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios
a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel,
entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo”» (1,26-28). Nos centramos en el saludo del Ángel: «¡Alégrate, llena de
gracia!»
La primera palabra del ángel es: “alégrate”.
En lugar del saludo habitual hebreo “paz” (šālôm),
el ángel del Señor sorprende a María saludándola con la palabra griega jaire, que
significa «¡alégrate!». Un saludo que conoce Sofonías: «Alégrate, hija de Sión,
grita de gozo Israel» (3, 14).
El Evangelio nos invita insistentemente a la
alegría: «“Alégrate” es el saludo del ángel a María (Lc 1, 28). La visita de
María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,
41). En su canto María proclama: “Mi espíritu se estremece de alegría en Dios,
mi salvador” (Lc 1, 47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Ésta
es mi alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn 3, 29). Jesús mismo “se llenó
de alegría en el Espíritu Santo” (Lc 10, 21). Su mensaje es fuente de gozo: “Os
he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría
sea plena” (Jn 15, 11). Él promete a los discípulos: “Vuestra tristeza se convertirá
en alegría” (Jn 16, 20). E insiste: “Volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn 16, 22). Después ellos,
al verlo resucitado, “se alegraron” (Jn 20, 20). Y nos pregunta el Papa: ¿Por
qué no hemos de entrar abiertamente, también nosotros, en ese río de alegría?»
(EG 5).
La segunda palabra del ángel es “llena de
gracia”.
En el mismo saludo el ángel llama a María llena
de gracia. Pero, llena de gracia, ¿para qué? Para ser la Madre del Salvador. María
fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante (cf. LG
56). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio, era
preciso que ella fuese plenamente conducida por la gracia de Dios. A lo largo
de los siglos, la Iglesia ha creído que María, llena de gracia, fue redimida
desde su concepción en atención a los méritos de su Hijo (cf. LG 53). Por esa
razón, los Padres de la tradición oriental llaman a María “la Toda Santa”.
¿Y en nosotros? También en nosotros Dios derrama
su gracia. El Catecismo de la Iglesia enseña que: «La gracia es el favor, el
auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser sus hijos,
partícipes de la naturaleza divina y de la vida eterna. La gracia es una
participación en la vida de Dios. Nos introduce [por medio del Bautismo] en la
intimidad de su vida trinitaria» (nn. 1996-1997).
Queridos amigos, este Adviento estamos
llamados a escuchar personalmente el saludo del Ángel que nos invita a
alegrarnos con la venida Jesús, nuestro Salvador, con su presencia en medio del
mundo: “Dios-con-nosotros”. Cristo es nuestra alegría -nos dice Papa Francisco-
«porque Él te espera, Él está cerca de ti, Él te ama, Él es misericordioso, Él
te perdona, Él te da la fuerza para recomenzar de nuevo». Y María nos invita
siempre a esta alegría. «Que ella nos conceda vivir la alegría del Evangelio en
la familia, en el trabajo, en la parroquia y en cada ambiente. Una alegría íntima,
hecha de asombro y ternura» (Ángelus, 15/12/2013).
Con mi bendición y afecto,
+ Jesús, Obispo de Ávila
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