Este 11 de febrero, fiesta de Nuestra Sra. de Lourdes, vamos
a celebrar la XXIV Jornada mundial del enfermo. El lema elegido para esta
Jornada es: «Confiar en Jesús Misericordioso como María: “Haced lo que Él os
diga” (Jn 2, 5)». Con este lema, el Papa Francisco nos propone reflexionar
sobre el pasaje evangélico de las bodas de Caná. Recordemos: ¿Qué hace la Madre
de Jesús durante esta fiesta? Está atenta, descubre una dificultad, la hace
suya, y actúa rápidamente acudiendo a su Hijo. Finalmente confía en Jesús:
«Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5).
En la escuela de María aprendemos las actitudes más
concretas de nuestro encuentro con los enfermos: estar atentos para poder
percibir cualquier necesidad; mirar hacia dentro para hacerla nuestra, para que
nos duela su dolor, su soledad, la situación de desamparo; después, orar, es
decir, ser conscientes de que contamos con Alguien que puede remediar esta
situación, presentándola a Jesús. Finalmente, confiar, poner en manos de Jesús el
dolor del enfermo, de su familia, de la sociedad, de nuestra Parroquia, de la
Iglesia y de la humanidad.
Entonces nos pasará lo que sucedió a María: al observar que
el amor misericordioso hacia aquellos esposos provenía de su Madre, Jesús
irresistiblemente obra el milagro: convierte el agua en vino, la tristeza en
gozo, el fracaso en éxito jubiloso.
En este pasaje evangélico que todos conocemos bien hay otros
personajes muy interesantes: los sirvientes, ¿qué hacen estas personas? A pesar
del ajetreo de la boda, prestan atención a María, la escuchan. A primera vista
no tendrían por qué, era una invitada, pero ven en aquella mujer algo
diferente. Además de escucharla le obedecen, siguen sus indicaciones: «haced lo
que Él os diga» (Jn 2, 5). Jesús quiere contar con ellos, porque les ha visto como
buenos servidores y les concede la categoría de ser sus colaboradores en aquel
prodigio: «Llenad las tinajas de agua» (Lc 2, 7). Se podrían haber reído de
semejante ocurrencia, pero algo les dice que la cosa va en serio y obedecen; además,
confían y sin miedo a quedar en ridículo llevan al mayordomo aquella agua,
seguros de que algo ha sucedido.
Todos nosotros, sacerdotes, religiosos y laicos, enfermos o
sanos podemos ser servidores de Jesús, de María y de la Iglesia. Entre estos servidores
están los visitadores y visitadoras de los enfermos que practican la obra de misericordia
de visitar a los enfermos, una obra considerada como un acto de amor: «No dejes
de visitar al enfermo, porque con estas obras te harás querer» (Eclo 7, 35).
Son numerosos los pasajes del N.T. en los que se describe a Jesús curando y
tocando a los enfermos: imponiendo las manos a muchos, quedaban sanos. También
sus discípulos «ungían con aceite a los enfermos y los curaban» (Mt 6, 13).
Curar en nombre de Jesús ha sido una obra de misericordia desde el inicio de la
Iglesia; así la carta de Santiago invita a llamar a los presbíteros cuando
alguien está enfermo, para que recen por él y lo unjan con óleo en nombre del
Señor. Porque con la oración el Señor lo restablecerá (cf. 5, 14-15).
Como indica el Papa, «podemos ser manos, brazos, corazones
que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También
nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestras fatigas y sufrimientos
como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en
vino bueno».
Queridos diocesanos, pedimos a Nuestra Señora de Lourdes,
Madre de los enfermos, que vuelva hacia nosotros sus ojos misericordiosos y, en
este Año Jubilar de la Misericordia, nos ayude a mostrar el rostro
misericordioso de Dios, de manera especial a nuestros hermanos que sufren. A
ellos vaya hoy mi saludo especial, a sus familiares y a cuantos les cuidan en los
hospitales, en sus hogares o en las residencias. A todos mi bendición y afecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta esta noticia. ¡Gracias!