El domingo 14 de febrero celebramos el día de
san Valentín, conocido como fiesta de los enamorados. La tradición cuenta que
Valentín fue un sacerdote que vivió en Roma en el siglo III, en tiempo de persecuciones.
Allí, en la ciudad eterna, celebraba en secreto los matrimonios de los jóvenes
cristianos, prohibidos por un decreto imperial, pues el emperador aseguraba que
los solteros sin familia eran mejores soldados al tener menos ataduras. Esta
práctica terminó costando la vida a Valentín, quien murió martirizado, dando
prueba de su amor a Cristo. Esta fecha, más allá del ropaje comercial o
superficial, ofrece a los creyentes una oportunidad para reflexionar sobre el
sentido cristiano del amor conyugal y del noviazgo como camino de preparación
al Matrimonio.
El Sínodo sobre la familia, celebrado en
octubre del año pasado, insiste en la urgencia de una educación en la verdad
del amor humano y en mejorar la preparación de los jóvenes al matrimonio. Para muchos
jóvenes, también cristianos, prometer fidelidad para toda la vida es una utopía;
muchos sienten que vivir juntos para siempre es fascinante, pero una empresa
demasiado exigente o imposible. En intervenciones dirigidas a los jóvenes, el
Papa Francisco recuerda que la cultura actual está dominada por una “mentalidad
de lo provisional” que impide hacer opciones definitivas y establecer un
compromiso de por vida.
No obstante, muchos jóvenes siguen
considerando el matrimonio como el gran anhelo de su vida; y el proyecto de
formar una familia como la realización de sus aspiraciones más hondas. Pero se
encuentran con dificultades que les llevan a posponer la boda, e incluso, a no
casarse. Unas veces son razones de tipo económico o laboral, o de simple comodidad
por miedo a perder su libertad e independencia. Otras veces son la influencia
de ideologías que desprecian el matrimonio y la familia, el fracaso de
matrimonios cercanos, el miedo hacia algo que consideran demasiado exigente, o
una concepción puramente emocional del amor.
La relación final del Sínodo propone mejorar
la preparación al matrimonio. El matrimonio no es una mera tradición cultural o
un simple convenio jurídico, sino que se trata de una verdadera vocación, es
decir, de una respuesta a la llamada de Dios, que exige a las parejas discernimiento,
oración y maduración. En esto consiste la apasionante aventura del noviazgo. Y
para asumir este reto, debemos recuperar una adecuada preparación. Este proceso
formativo, concebido como un camino de discernimiento personal y de pareja, requiere
también el esfuerzo de la comunidad cristiana, en el que las familias veteranas
acompañan a los novios antes de la boda y en los primeros años de matrimonio, iluminando
con la propia experiencia cómo afrontar los primeros años de vida matrimonial.
Queridos amigos, tenemos por delante el
desafío de mostrar a los jóvenes la belleza del matrimonio cristiano y de la
familia, valorando el noviazgo como un tiempo necesario de conocimiento mutuo y
de maduración en la fe y en el amor.
¡A todos, feliz fiesta de san Valentín!
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