Acaba de clausurarse en Roma el Sínodo de las Familias, en
el que los obispos han reflexionado y dialogado sobre la institución familiar y
la sociedad actual. Muchas han sido las cuestiones tratadas al respecto, hoy me
detengo en una de ellas: la importancia de los padres como educadores y
transmisores de la fe a sus hijos.
El número 67 del documento final del Sínodo propone: “es
importante que los padres se involucren activamente en el camino de preparación
para los sacramentos de la iniciación cristiana, en calidad de
primeros educadores y testimonios de fe para sus hijos”. En efecto, el padre y
la madre tienen esa especial misión en la Iglesia, que les lleva a enseñar el
camino de la fe a sus hijos desde su infancia. Un camino que se inicia con la
oración, como medio de “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”, conforme
al magisterio de Santa Teresa.
En muchas familias ahora ya no se reza. ¿Por qué razón? Las
prisas, las distracciones, la falta de hábito… Decía el Papa Francisco el pasado
mes de marzo que nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad que ha olvidado
a Dios, “donde los padres ya no enseñan a los hijos a rezar ni a santiguarse.
Yo os pregunto: vuestros hijos, vuestros niños, ¿saben hacer la señal de la
cruz? ¿Se lo habéis enseñado? Pensad y responded en vuestro corazón. ¿Saben
rezar el Padrenuestro? ¿Saben rezar a la Virgen con el Ave María? Pensad y
respondeos. Este habituarse a comportamientos no cristianos y de comodidad nos
narcotiza el corazón” (Audiencia
General, 5 de marzo de 2015)
Verdaderamente es una tarea hermosa el acompañar a los hijos
en sus primeros pasos, también en lo que afecta a la vida espiritual. La
familia es una comunidad de fe, esperanza y amor, por eso a la familia se la
llama "iglesia doméstica". Un hogar
debe ser también un lugar de oración y de evangelización. Como señala el
Sínodo, los padres están llamados a transmitir la fe a los miembros de su
familia. En cierta manera están asumiendo el papel de guías espirituales de sus
propios hijos y son para ellos sus primeros catequistas.
Pero ¿cómo podemos hacerlo? Antes que nada, recordemos que
los niños aprenden por imitación, son como esponjas que absorben todo lo que
ven y escuchan a su alrededor. Por ello, el primer paso consiste en que los
hijos vean a sus padres rezar. Sólo así el hábito de oración surgirá en ellos
con naturalidad. Es más, si el pequeño ve a su papá o a su mamá integrando la
oración en sus quehaceres y rutinas diarias, podrá percibir la presencia de
Dios en su hogar como algo espontaneo, bueno y necesario; y aprenderá actitudes
que irán generando en él la sensibilidad religiosa. Se trata del despertar
religioso. Los padres deberán enseñar a rezar a sus hijos, antes que con las
palabras, con su testimonio de vida, “dando ejemplo” y siendo testigos de
Cristo resucitado. El proceso de imitación que tienen los hijos respecto de sus
padres hará el resto.
El segundo paso consiste en rezar con ellos. Hay que hacer
participar al niño en la oración: que aprendan a santiguarse, a hacer la señal
de la Cruz, a repetir algún canto, a rezar el padrenuestro o el avemaría, o
simplemente a estar en silencio hablando Dios. Un ratito de oración antes de
acostarse para dar gracias a Dios por el día que acaba, o al levantarse para
pedirle que bendiga una nueva jornada, puede ser el comienzo de la vida de
oración. Existen oraciones sencillas con las que todos hemos aprendido a rezar.
¿Quién no recuerda “Jesusito de mi vida”, o “Cuatro esquinitas tiene mi cama”? Es
la prueba de que la oración queda grabada en la experiencia de los niños como
algo gratificante, que pertenece a la vida de la familia, como reunirse,
hablar, reír, discutir o divertirse.
Queridos padres: no os dejéis vencer por el desafecto social
hacia lo espiritual. Acompañar a vuestros hijos en la fe es el mejor legado que
podéis dejarles. La oración es un momento precioso para hacer más sólida la
vida familiar, la amistad ¡Aprendamos a rezar cada vez más en familia y como
familia!
Con mi bendición,
+ Jesús, Obispo de Ávila
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