A Monseñor Jesús García Burillo
Obispo de Ávila
Ávila
Vaticano, 28 de marzo de 2015
Querido Hermano:
Hoy mi corazón está en Ávila, donde hace
quinientos años nació Teresa de Jesús. Pero no puedo olvidar tantos otros
lugares que conservan su memoria, por los que pasó con sus sandalias
desgastadas recorriendo caminos polvorientos: Medina del Campo, Malagón,
Valladolid, Duruelo, Toledo, Pastrana, Salamanca, Segovia, Beas de Segura,
Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada,
Burgos y Alba de Tormes. Además, la huella de esta preclara Reformadora sigue viva
en los cientos de conventos de carmelitas diseminados por todo el mundo. Sus
hijos e hijas en el Carmelo mantienen ardiente la luz renovadora que la Santa
encendió para bien de toda la Iglesia.
A esta insigne «maestra de
espirituales», mi predecesor, el beato Pablo VI, tuvo el inédito gesto de
conferirle el título de Doctora de la Iglesia. ¡La primera mujer Doctora de la
Iglesia! Ella nos muestra al vivo lo secreto de Dios, donde entró «por vía de
la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación
y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia
simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales
extraordinarios» (Homilía en la Declaración del Doctorado de Santa Teresa, 27
septiembre 1970: AAS [1970] 592).
Nada de esto ha perdido su vigencia.
Contemplación y acción siguen siendo su legado para los cristianos del siglo
XXI. Por eso, cuánto me gustaría que pudiéramos hablar con ella, tenerla
delante y preguntarle tantas cosas. Siglos después, su testimonio y sus
palabras nos alientan a todos a adentrarnos en nuestro castillo interior y a
salir fuera, a «hacerse espaldas unos a otros… para ir adelante» (Vida 7, 22).
Sí, entrar en Dios y salir con su amor a servir a los hermanos. A esto «convida
el Señor a todos» (Camino 19,15), sea cual sea nuestra condición y el lugar que
ocupemos en la Iglesia (cf. Camino 5,5).
¿Cómo ser contemplativos en la acción?
¿Qué consejos nos das tú, Teresa, hoy?
En la hora presente, sus primeros
interlocutores serían los religiosos y las religiosas, a los que la Santa
animaría a comprometerse sin ambages: «No, hermanas mías, no es tiempo de
tratar con Dios negocios de poca importancia» (Camino 1,5), les decía a sus
monjas. Ella hoy nos saca de la autorreferencialidad y nos impulsa a ser
consagrados «en salida», con un modo de vida austero, sin “encapotamientos” ni
amarguras: «No os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy
mala cosa para todo lo bueno» (Camino 41,5). En este Año de la Vida Consagrada,
nos enseña a ir a lo fundamental, a no dejarle a Cristo las migajas de nuestro
tiempo o de nuestra alma, sino a llevarlo todo a ese amistoso coloquio con el
Señor, «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida
8,5).
¿Y sobre los sacerdotes? Santa Teresa
diría abiertamente: no los olviden en su oración. Sabemos bien que para ella
fueron apoyo, luz y guía. Consciente como era de la importancia de la
predicación para la fe de las gentes más sencillas, valoraba a los presbíteros
y, «si veía a alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le
cobraba» (Vida 8,12). Pero, sobre todo, la Santa oraba por ellos y pedía a sus
monjas que estuvieran «todas ocupadas en oración por los que son defensores de
la Iglesia y los predicadores y letrados que la defienden» (Camino 1,2). Qué
hermoso sería que la imitáramos rezando infatigablemente por los ministros del
Evangelio, para que no se apague en ellos el entusiasmo ni el fuego del amor
divino y se entreguen del todo a Cristo y a su Iglesia, de modo que sean para
los demás brújula, bálsamo, acicate y consuelo, como lo fueron para ella. Que
la plegaria y la cercanía de los Carmelos acompañen siempre a los sacerdotes en
el ejercicio del ministerio pastoral.
¿Y a los laicos? ¿Y a las familias, que
en este año tan presentes están en el corazón de la Iglesia? Teresa fue hija de
padres piadosos y honrados. A ellos dedica unas palabras elogiosas apenas
comienza el Libro de la Vida: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me
bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser
buena» (1,1). De joven, cuando aún era «enemiguísima de ser monja» (Vida 2,8),
se planteó seguir el camino del matrimonio, como las chicas de su edad. Fueron
muchos y buenos los laicos con los que la Santa trató y que le facilitaron sus
fundaciones: Francisco de Salcedo, el “caballero santo”, su amiga Guiomar de
Ulloa o Antonio Gaytán, a quien le escribe alabando su estado y pidiéndole que
se alegre por ello (cf. Carta 386 2). Necesitamos hoy hombres y mujeres como
ellos, que tengan amor a la Iglesia, que colaboren con ella en su apostolado,
que no sean sólo destinatarios del Evangelio sino discípulos y misioneros de la
divina Palabra. Hay ambientes a los que sólo ellos pueden llevar el mensaje de
salvación, como fermento de una sociedad más justa y solidaria. Santa Teresa
sigue invitando a los cristianos de hoy a sumarse a la causa del Reino de Dios
y a formar hogares donde Cristo sea la roca en la que se apoyen y la meta que
corone sus anhelos.
¿Y a los jóvenes? Mujer inquieta, vivió
su juventud con la alegría propia de esta etapa de la vida. Nunca perdió ese
espíritu jovial que ha quedado reflejado en tantas máximas que retratan sus
cualidades y su talante emprendedor. Estaba convencida de que hay que «tener
una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes» (Camino 16,12). Esa confianza
en Dios la empujaba a ir siempre adelante, sin ahorrar sacrificios ni pensar en
sí misma con tal de amar al prójimo: «Son menester amigos fuertes de Dios para
sustentar a los flacos» (Vida 15,5). Así puso de manifiesto que miedo y
juventud no se casan. Que el ejemplo de la Santa infunda valentía a las nuevas
generaciones, para que no se les arrugue «el ánima y el ánimo» (Camino 41,8).
Sobre todo, cuando descubran que merece la pena seguir a Cristo de por vida,
como lo hicieron aquellas primeras monjas Carmelitas Descalzas que, en medio de
no pocas contrariedades, abrieron las puertas del primer “palomarcico”, un 24
de agosto de 1562. De la mano de Teresa, los jóvenes tendrán valor para huir de
la mediocridad y la tibieza y albergar en su alma grandes deseos, nobles
aspiraciones dignas de las mejores causas. Me parece oírla ahora advertirles
con su gracejo que si no tienen altas miras serán como «sapos», que caminan lenta
y rastreramente, y se contentarán con «sólo cazar lagartijas», dando
importancia a minucias en lugar de a las cosas que cuentan de verdad (cf. Vida
13,3).
Y, de modo especial, ruego a Santa
Teresa que nos regale la devoción y el fervor que ella tenía a san José. Harto
bien haría que los pasan por la prueba del dolor, la enfermedad, la soledad,
quienes se sienten agobiados o entristecidos recurrieran a este insigne
Patriarca con el amor y la confianza con que lo hacía la Santa. Te confieso,
querido Hermano, que a menudo le hablo a san José de mis preocupaciones y
problemas y, como ella, «no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que
la haya dejado de hacer… A otros santos parece les dio el Señor gracia para
socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre
en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en
la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así
en el cielo hace cuanto le pide» (Vida 6,6). «Glorioso Patriarca San José, cuyo
poder sabe hacer posibles las cosas imposibles… Muéstrame que tu bondad es tan
grande como tu poder», dice una antigua oración inspirada en la experiencia de
la Santa.
Querido Hermano, te pido, por favor, que
reces y hagas rezar por mí y mi servicio al santo Pueblo fiel de Dios. Por mi
parte, encomiendo a cuantos celebran este V Centenario a la intercesión de
Santa Teresa, para que alcance del cielo todo lo que necesiten para ser de
Jesús, como ella, y con la experiencia de su amor, puedan construir una
sociedad mejor, en donde nadie quede excluido y se promueva la cultura del
encuentro, del diálogo, de la reconciliación y la paz.
Que Jesús te
bendiga y la Virgen Santa te cuide.
Fraternalmente,
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