¡Felicidades a todos los bautizados, y en especial a quienes
colaboráis de algún modo en la misión evangelizadora de la Iglesia, en esta
Jornada de Apostolado Seglar!
Un aspecto esencial de la vocación de todo bautizado es su
condición misionera. Dice el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “La
evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: ‘id y haced que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado’. Queda
claro que toda la fuente de apostolado en la Iglesia es Cristo mismo. De Él,
recibe su misión”. Consecuentemente, el laico no puede sentirse marginado
dentro de la comunidad eclesial, ni podemos entender la misión sólo como missio
ad gentes (una misión a los pueblos lejanos, del Tercer Mundo). A partir del
Concilio Vaticano II, y gracias al impulso de los últimos Papas, la Iglesia ha
destacado que se configura primordialmente como misionera. Dice el Papa
Francisco: “La Iglesia, en salida, es la comunidad de discípulos misioneros que
primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”. Esta condición
misionera afecta al laico que, como miembro activo y partícipe de la triple condición
de Cristo (sacerdote, profeta y rey), se sitúa en la Iglesia en el orden del ser,
y no sólo en el orden del actuar. Sigue diciendo el Papa: “La alegría del Evangelio,
que llena la vida de la comunidad de los discípulos, es una alegría misionera”.
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