Hemos celebrado la Navidad, tiempo en que contemplamos a Dios
asumiendo la carne humana para elevar nuestra naturaleza a la dignidad de hijos
de Dios. La humanidad no es indiferente para Dios, Él no nos abandona. Sin embargo, volvemos la mirada
al año pasado y vemos guerras y atentados, secuestros y persecuciones, exiliados
y refugiados, una situación que el Papa califica como “tercera guerra mundial
por fases”.
Ante las complejas situaciones del presente, la Iglesia nos
exhorta: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. El Papa nos invita a
cambiar nuestra indiferencia ante los demás por una actitud de misericordia. El
Concilio Vaticano II, cuyo cincuenta aniversario hemos celebrado en 2015, nos
asegura: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a
la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo»
(GS 1).
En esta perspectiva, el Papa nos invita a rezar y trabajar
para que todo cristiano pueda ejercitar un corazón humilde y compasivo, capaz
de anunciar y testimoniar la misericordia, de «perdonar y de dar», de abrirse
«a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con
frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea». Para eso nos concede el
Jubileo de la Misericordia.
Dios, en su Hijo, se ha encarnado y se ha hecho solidario
con la humanidad: «el primogénito entre muchos hermanos» nos enseña a ser misericordiosos
como el Padre (Lc 6,36); en la parábola del buen samaritano denuncia la omisión
de ayuda frente a la urgente necesidad de nuestros semejantes: «lo vio y pasó
de largo». Así, con su ejemplo, nos invita a detenernos ante los sufrimientos
de este mundo para aliviarlos.
Misericordia es el corazón de Dios. Por eso debe ser también
el corazón de cuantos formamos parte de la gran familia de hijos de Dios: un
corazón que late fuerte allí donde la dignidad humana está en juego. Por eso
«es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella
misma viva y testifique en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus
gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las
personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre» (MV 12).
La misericordia tiene una hermana: solidaridad. Consiste en
«la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es
decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos» (Sollecitudo rei socialis, 38). Porque la compasión
surge de la fraternidad.
La solidaridad como virtud moral y social, fruto de la
conversión personal, exige el compromiso de aquellos que tienen responsabilidades
de gobierno y educativas: gobernantes, familias, educadores y quienes se
dedican a la cultura y a los medios de comunicación social. Necesitamos promover
una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia. La paz
es fruto de una cultura de solidaridad, misericordia y compasión.
El Papa nos anima al comenzar este año: «no perdamos la
esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente
comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos
ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de
Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a
llevarlo a la práctica» (Mensaje, 8/12/2015).
Que María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la
humanidad, nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de
nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso en favor de un mundo
fraterno y solidario.
+ Jesús, Obispo de Ávila
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