Comenzamos un repaso por los grandes santos ligados a la
misericordia con el milagroso San Martín de Porres, cuya imagen podemos venerar
en el Monasterio de Santo Tomás de Ávila. Hijo no reconocido de un caballero
español y una esclava panameña, nació en Lima (Perú) a finales del siglo XVI.
Desde muy pequeño sintió la fuerza del espíritu, guiado en la fe por su propia
madre. De niño estuvo trabajando de aprendiz en casa de un boticario. En la adolescencia se vio impulsado a entrar
en el Convento de Nuestra Señora del Rosario. Sin embargo, las esctrictas leyes
de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo
que Martín de Porres ingresó en un primer momento como Donado. Sin embargo, él
se entrega por completo a Dios y su vida estará presidida por el servicio, la
humildad, la obediencia y un amor sin medida. Su vida conventual no siempre fue
sencilla debido a los convencionalismos sociales del momento. No en pocas
ocasiones habrá quien le hable con desprecio, refiriéndose a él como “perro
mulato”. Sin embargo, él siempre respondía con una sonrisa en su rostro.
Imagen de San Martín de Porres, ubicada en el Real Monasterio de Santo Tomás (Ávila) |
Muy pronto empieza a entregarse a los más necesitados. Con
su experiencia como boticario, practicaba la caridad día y noche, curando
enfermos, “dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y
curaba con singular amor”, dicen quienes escribían sobre él. La portería del
convento se convierte en un reguero de soldados humildes, a los que él recibía
con amor repiriendo que “no hay gusto mayor que dar a los pobres”. Así, el
despectivo calificativo anterior con que se referían a él se torna en el
apelativo de “Martín de la Caridad”, indicativo de la abnegación con la que se
entregaba a los enfermos y necesitados. Su fama se hizo muy notoria y acudía
gente muy necesitada en grandes cantidades. Los desvalidos lo esperaban en la
portería para que los curase de sus enfermedades o les diera de comer. Martín
trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor privacidad. La caridad de Martín
no se circunscribía a las personas, sino que también se proyectaba a los
animales, sobre todo cuando los veía heridos o faltos de alimentos.
Muy preocupado también por los huérfanos, limosneros y
personas sin hogar que deambulaban por las calles avocados a la mendicidad,
funda para ellos el Asilo de Santa Cruz. Allí acogió a quienes necesitaban de
más ayuda, garantizándoles no sólo asistencia, sino también educación. Cuenta
con donaciones de nobles y ricos del lugar, creando así una especie de
“curación social”. De hecho, en Perú es considerado “Patrón de la Justicia
Social”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta esta noticia. ¡Gracias!