«Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre». Con
estas palabras el Papa nos anuncia el misterio de la Navidad. El niño Jesús,
nacido en un pesebre, sin protección alguna fuera de sus padres, es un regalo
de la misericordia de Dios para la humanidad. Jesús es misericordia que alcanza
a cada persona y anuncia una nueva humanidad.
A pesar de no haber encontrado sitio en posada alguna, al
niño que nos trae la paz y la salvación sí hay quien le acoja: lo acogen sus
padres, nace entre animales y lo adoran los pastores.
«En aquella región había unos pastores que pasaban la noche
al aire libre, velando su rebaño. De repente un ángel del Señor les dijo: Os
anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo. Los
pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en
el pesebre. Y se volvieron dando gloria y alabanza a Dios» (Lc 2, 8-20). Ávila,
tierra de pastores, agricultores, ganaderos, también somos invitados a
contemplar el misterio de Belén.
¿Cómo eran aquellos hombres? En su ambiente, los pastores
eran despreciados; se les consideraba poco de fiar y en los tribunales no se
les admitía como testigos. Ciertamente no eran grandes santos, si nos referimos
a personas de virtudes heroicas. Eran almas sencillas. Quizás en este retrato
descubramos alguna semejanza con nosotros. El evangelio destaca una
característica en estos hombres: eran personas vigilantes. Vigilantes porque
pasaban la noche velando sus ovejas; pero también porque estaban dispuestos a
oír el anuncio del ángel, la palabra de Dios. No estaban cerrados en sí mismos,
tenían un corazón abierto. En lo más íntimo de su ser esperaban algo. Su
vigilancia era disponibilidad para escuchar y caminar (cf. Benedicto XVI, Homilía,
24/12/2005). Los pastores que oyeron la noticia del nacimiento de Salvador,
salieron corriendo a contemplarla y luego a pregonarla. Esta dinámica expresa
la experiencia del creyente: oímos el anuncio, encontramos al anunciado y nos
convertimos en anunciadores.
Primero, anuncio de la noticia. El cristiano creyente es
aquel que ha escuchado la Buena Noticia de Jesús en la familia, o en la
catequesis, o en la liturgia de la Iglesia. Es allí donde nace la fe, donde
comenzamos a andar en relación con Dios. Después, para crecer y madurar en la
fe hay que pasar de lo que hemos “oído” al encuentro con Aquél del que hemos
oído hablar.
Luego, encuentro con el anunciado. Después de acoger el
anuncio sobre Jesús es necesario establecer una relación personal con él;
encontrarnos con Cristo. Él sale a nuestro encuentro en cada persona y cada
acontecimiento de nuestra vida, está a la puerta de nuestro corazón, de nuestra
familia, de nuestra comunidad, llamando y esperando que le abramos y le
invitemos a entrar.
Finalmente, anunciadores de la Buena Noticia. Quien se ha
hecho amigo de Jesús sabe que no puede sino anunciarlo a otros. La salvación
que nos trae no es algo para guardar como un asunto personal. Dios viene a
salvarnos a todos, «Él salvará a su pueblo de sus pecados» dijo el ángel a
José.
+ Jesús, Obispo de Ávila
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