Os saludo en el domingo segundo de Adviento, tiempo, que nos
va a ir acercando al misterio de Jesús, un misterio que Él mismo nos va a ir
desvelando. Para lo cual necesitamos poner en juego los resortes que nos ofrece
la Esperanza. Por la fe sabemos que somos destinatarios de una Promesa de
salvación. Estemos en alerta en actitud de vigilancia porque algo va a suceder.
No es una ilusión, no estamos confundidos con algo irreal, se acerca nuestra
liberación: “Dios anuncia la paz a su pueblo y sus amigos. La salvación está
cerca de los que le temen y la gloria habitará en nuestra tierra”. (Sl 84). Me
gustaría invitaros a vivir la esperanza en dos direcciones:
Esperanza hacia el interior. El misterio de Dios hecho
hombre por amor nos va a ser revelado por Jesús; Él necesita encontrar nuestro
corazón preparado pidiendo la gracia de acercarnos a su misterio por la senda
que nos muestre: el sendero de la humildad, de la mansedumbre, de la pobreza,
la vereda más estrecha de sentirnos pecadores. El viene a salvarnos, a
liberarnos.
El profeta Isaías en este tiempo de Adviento nos presenta la
venida de Jesús con signos sencillos, humildes, capaces de ser comprendido por
todos: “Brotará un renuevo del tronco de Jesé” -nos anuncia- (Is 1, 10). Cuando
se presentó en público el Proyecto Internacional del Genoma humano, el presidente
de los Estados Unidos declaró: “Sin duda este es el mapa más importante, más
maravilloso jamás producido por la humanidad. Hoy estamos aprendiendo el
lenguaje con el que Dios creó la vida. Estamos llenándonos aún más de asombro
por la complejidad, la belleza y la maravilla del más divino y sagrado regalo
de Dios”. Para anunciarnos el plan de salvación de Dios el Profeta no refiere el
ADN del Mesías, nos presenta la venida de Jesús de modo fácilmente inteligible:
“vendrá como un brote”. El renuevo, el retoño es humilde –comenta Papa
Francisco-, Jesús viene de nuevo a traer la salvación a los humildes, a los
pobres, a los oprimidos.
Esperanza compartida. Caminar en Adviento no debemos hacerlo
en solitario. La esperanza cristiana nos obliga a poner el alma del Evangelio
en los acontecimientos diarios en los que constatamos las grandes dificultades
por las que pasan numerosos conciudadanos: enfermedad, abandono, hambre, soledad,
conflictos bélicos... Como sucedió con el Pueblo de Dios, también hoy los
hombres y mujeres de nuestro tiempo viven situaciones de gravedad, pero Dios camina
a nuestro lado, y nos pide que hagamos presente su amor con acciones
solidarias, mientras esperamos su retorno.
Isaías anuncia el consuelo de Dios para Israel. Su promesa
atraviesa la historia y llega hasta nosotros. En la genealogía de Jesús vemos que
la salvación está siempre ligada a la historia; no hay una salvación sin
historia: la historia de la humanidad, la historia de la Iglesia, nuestra
propia historia. Nuestra salvación es una salvación histórica: Dios hizo camino
con su pueblo, lo hace con la Iglesia, hace camino con cada uno de nosotros.
No podremos comprender el misterio del Verbo encarnado si no
tenemos la certeza de que Dios, sumido en la historia, camina con nosotros y
sigue en vigor su promesa de salvación. Esta certeza nos exige caminar mano a
mano para que nuestra esperanza sea compartida.
Queridos amigos, María es icono de esperanza. Cuando María
llevaba al Mesías en su seno, justo en este tiempo corrió aprisa a visitar a su
prima Isabel para ponerse a su servicio. La Virgen mostró así una esperanza
viva, comprometida, actualizando la Promesa por medio de Isabel: ¿Quién soy yo
para que me visite la Madre de mi Señor? Y María nos regaló el bello canto del
Magníficat.
Es preciso que hagamos juntos el camino, aunque las luces,
los intereses comerciales y los eventos paganos nos distraigan, hagamos
completo el camino del Adviento, un tiempo precioso en espera fundada de
nuestra salvación.
Pasado
mañana, fiesta de la Inmaculada, va a tener lugar la apertura del Año Jubilar
de la Misericordia al que hemos sido convocados por el Santo Padre. Os invito a
caminar conmigo con un corazón sencillo, luminoso, con la Luz que Cristo nos
ofrece, capaz de acoger y perdonar con grandeza de corazón, haciendo realidad el
deseo de Jesús: “sed misericordiosos como el Padre es misericordioso”.
+ Jesús, Obispo de Ávila
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