Recién iniciado el adviento, camino de
esperanza y preparación a la venida del Señor, celebramos la solemnidad de
María Inmaculada. Cualquier fiesta que honre a nuestra Madre es motivo de
alegría, pero quizás ésta, por celebrarse en un tiempo tan singular y por sus
connotaciones históricas, reviste unas características que la hacen especial.
San Juan Pablo II hacía perfecta síntesis de
este acontecimiento al referirse a la Virgen María «como la Estrella que nos
guía por el cielo oscuro de las expectativas e incertidumbres humanas,
particularmente en este día, cuando sobre el fondo de la liturgia del Adviento
brilla esta solemnidad anual de tu Inmaculada Concepción y te contemplamos en
la eterna economía divina como Puerta abierta, a través de la cual debe venir
el Redentor del mundo».
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