En este mes de mayo, nos encontramos de nuevo ante la
Campaña de la Declaración de la Renta. Conviene recordar cómo no sólo los
creyentes, sino también las personas de buena voluntad que creen en la gran
labor que realiza la Iglesia Católica, tienen ante sí la oportunidad de decidir
libremente que un porcentaje mínimo de sus impuestos (concretamente, el 0,7 %)
se destine a la Iglesia Católica. Un sencillo gesto que no supone pagar más
impuestos ni que nos devuelvan menos, con el que podemos hacer un gran bien.
El sistema de asignación tributaria cambió en el año 2007
para suprimir la partida complementaria del Estado, y lograr que así la Iglesia
se financiara única y exclusivamente de lo que sus fieles desearan aportar, a
través de cinco formas distintas: por medio de las colectas dominicales,
colaborando con las campañas anuales, mediante suscripciones periódicas, o a
través de la Declaración de la Renta. Digamos, pues, que la X de la Declaración
de la Renta es tan sólo un cauce administrativo para que los contribuyentes
puedan ayudar a su Iglesia. El papel del Estado se reduce a ejecutar la libre
voluntad del contribuyente.
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