Si hablamos de misericordia, no podemos olvidarnos de los misioneros, que juegan un papel fundamental en la evangelización de los pueblos. Uno de ellos fue Pedro Claver, misionero jesuita español que desempeñó una vasta labor evangelizadora en Cartagena de Indias.
Hijo de labradores, Pedro desarrolló muy temprano una férrea vocación religiosa, y a los 15 años recibió la tonsura eclesiástica. Se trasladó a Barcelona para iniciar estudios de gramática en el Estudio General de la Universidad. Tras ello, decidió ingresar en la Compañía de Jesús. Cuando tenía 30 años, pidió a sus superiores que lo dejaran marchar a América. Así, el provincial le envió a ayudar al padre Sandoval, que tenía a su cargo la catequización de los indígenas. En 1622 hizo su profesión con un voto muy particular: “Petrus Claver, aethiopum semper servus” (“Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre”). Era lo que quería ser y lo que siempre fue.
El padre Claver ejerció su apostolado con total dedicación, siguiendo el procedimiento empleado por el padre Sandoval. Cuando el gobernador le anunciaba la llegada de un barco negrero, trataba de averiguar de qué región procedía su “carga”, con objeto de buscar los intérpretes adecuados para hablar con los esclavos. El religioso pasaba con ellos al buque negrero, al que llevaba regalos como naranjas, limones, tabaco, pan o aguardiente. Bajaba a las bodegas y decía a los esclavos que estaba allí para cuidar de que los blancos les trataran bien; les aseguraba que no iban a matarlos, como a menudo creían, y les alentaba a abrazar la fe cristiana, para lo que debían instruirse. Luego preguntaba por los enfermos y los niños nacidos en la travesía, a quienes dedicaba sus cuidados de urgencia. Cuando le impedían subir al buque negrero, hacía lo mismo en los almacenes donde se hacinaban los esclavos. Claver repetía las visitas varios días, y dedicaba después varias horas a la catequesis por medio de los intérpretes. Esta labor solía hacerla en un patio, ante un cuadro de Jesús crucificado, y terminaba con el acto de contrición. Cuando los catecúmenos estaban bien instruidos procedía a bautizarlos, y luego les entregaba unas medallas de plomo que tenían impresos los nombres de Jesús y María.
Con el tiempo, no llegó a necesitar de intérpretes, pues aprendió a hablar en varios dialectos, reuniendo alrededor suyo a un numeroso grupo de catequistas. Esta entrega le sirvió para convertirse en “Patrón universal de las misiones entre las poblaciones negras”
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