La Jornada Mundial de las Misiones vuelve a
llamar nuestra atención este año sobre una realidad esencial y ordinaria en la
Iglesia como es el mundo de la misión. Independientemente de nuestro estado de
vida, de nuestra condición social, de nuestras posibilidades, de nuestras
circunstancias personales, laborales o familiares, la misión es exigencia
ineludible de nuestra condición de bautizados. Solo consiste en llevar el
mensaje de salvación a los hermanos que lo desconocen. «La misión es parte de la “gramática” de la
fe, algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que
susurra “ven” y “ve”», nos dice el Papa Francisco en su mensaje con ocasión de
la Jornada.
El
lema «Misioneros de la misericordia»
dispone nuestro corazón para participar en el «Año Santo de la Misericordia» al
que nos ha convoda el Papa, y será inaugurado el próximo mes de diciembre.
La Iglesia es para la misión, ya que es
«sacramento universal de alvación» (LG 59). No podemos obviar, por evidente, la
responsabilidad de cada uno de nosotros en hacer presente el Evangelio en todo
el mundo y en toda circunstancia.
Las necesidades de nuestros hermanos a lo largo
y ancho del mundo son grandes, tanto materiales como espirituales. Lo sabemos
bien. Las situaciones de soledad, injusticia, abandono, etc., hacen que muchos
hermanos nuestros se vean sumidos en una espiral de inhumanidad contraria a la
dignidad que como hijos de Dios les es propia. «¿Quiénes son los destinatarios
privilegiados del anuncio evangélico? —nos pregunta el Papa—. La respuesta es
clara y la encontramos en el evangelio: los pobres, los pequeños, los enfermos,
aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen cómo
pagarte».
Jesucristo
en nuestras vidas, el amor que experimentamos en el encuentro con Él, y la
entrega en la proclamación del Evangelio son el resorte que nos lleva a buscar
a los hermanos que, en los distintos lugares del mundo, todavía no han
experimentado ese Amor. Ser «misioneros de la misericordia» requiere ser el
rostro misericordioso de Dios. Pero no como quien se pone una careta durante el
carnaval, como un elemento ajeno a nosotros que podemos poner y quitar a
voluntad, algo que suplanta nuestra personalidad; ser el rostro de Cristo exige
vivir en sintonía con Él, haberlo encontrado intensamente, vivir transformados
por su persona y su ejemplo. De aquí nace la urgencia del anuncio, la irresistible
necesidad de comunicar y acompañar. «Antes de ser una necesidad para aquellos
que no lo conocen, el anuncio del evangelio es una necesidad para los que aman
al Maestro».
Pidamos al Señor en esta jornada del Domund un
corazón grande, lleno de amor hacia Él, que nos permita salir al encuentro del
hermano, que nos disponga con generosidad y alegría a hacer lo que esté en
nuestras manos, para ser testigos de Cristo resucitado y darlo a conocer a quienes
aún no le conocen. Recemos especialmente por las misoneras y misioneros que de
manera admirable están entregando sus vidas en el anuncio de la Buena Noticia
de Jesucristo, lejos de sus hogares y de su patria. Sus propias vidas son
manifestación de que Cristo vive en medio de su pueblo.
Bajo la
especial protección de la Virgen María, ponemos la labor evangelizadora de la
Iglesia. Que ella os bendiga y os guarde.
+ Jesús, Obispo de Ávila
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