domingo, 18 de octubre de 2015

"Misioneros de la misericordia"

La Jornada Mundial de las Misiones vuelve a llamar nuestra atención este año sobre una realidad esencial y ordinaria en la Iglesia como es el mundo de la misión. Independientemente de nuestro estado de vida, de nuestra condición social, de nuestras posibilidades, de nuestras circunstancias personales, laborales o familiares, la misión es exigencia ineludible de nuestra condición de bautizados. Solo consiste en llevar el mensaje de salvación a los hermanos que lo desconocen.  «La misión es parte de la “gramática” de la fe, algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven” y “ve”», nos dice el Papa Francisco en su mensaje con ocasión de la Jornada.

El lema  «Misioneros de la misericordia» dispone nuestro corazón para participar en el «Año Santo de la Misericordia» al que nos ha convoda el Papa, y será inaugurado el próximo mes de diciembre.

La Iglesia es para la misión, ya que es «sacramento universal de alvación» (LG 59). No podemos obviar, por evidente, la responsabilidad de cada uno de nosotros en hacer presente el Evangelio en todo el mundo y en toda circunstancia.
Las necesidades de nuestros hermanos a lo largo y ancho del mundo son grandes, tanto materiales como espirituales. Lo sabemos bien. Las situaciones de soledad, injusticia, abandono, etc., hacen que muchos hermanos nuestros se vean sumidos en una espiral de inhumanidad contraria a la dignidad que como hijos de Dios les es propia. «¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico? —nos pregunta el Papa—. La respuesta es clara y la encontramos en el evangelio: los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen cómo pagarte».

Jesucristo en nuestras vidas, el amor que experimentamos en el encuentro con Él, y la entrega en la proclamación del Evangelio son el resorte que nos lleva a buscar a los hermanos que, en los distintos lugares del mundo, todavía no han experimentado ese Amor. Ser «misioneros de la misericordia» requiere ser el rostro misericordioso de Dios. Pero no como quien se pone una careta durante el carnaval, como un elemento ajeno a nosotros que podemos poner y quitar a voluntad, algo que suplanta nuestra personalidad; ser el rostro de Cristo exige vivir en sintonía con Él, haberlo encontrado intensamente, vivir transformados por su persona y su ejemplo. De aquí nace la urgencia del anuncio, la irresistible necesidad de comunicar y acompañar. «Antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro».

Pidamos al Señor en esta jornada del Domund un corazón grande, lleno de amor hacia Él, que nos permita salir al encuentro del hermano, que nos disponga con generosidad y alegría a hacer lo que esté en nuestras manos, para ser testigos de Cristo resucitado y darlo a conocer a quienes aún no le conocen. Recemos especialmente por las misoneras y misioneros que de manera admirable están entregando sus vidas en el anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo, lejos de sus hogares y de su patria. Sus propias vidas son manifestación de que Cristo vive en medio de su pueblo.

Bajo la especial protección de la Virgen María, ponemos la labor evangelizadora de la Iglesia. Que ella os bendiga y os guarde.

+ Jesús, Obispo de Ávila

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