La Iglesia española ha celebrado la beatificación de 522 hijos mártires, entre ellos cinco sacerdotes de la Diócesis de Ávila y otros seis mártires que murieron fuera de ella. Es un extraordinario acontecimiento de gracia, que nos llena de júbilo. Hoy, en la catedral de Ávila, recordamos con gratitud su sacrificio, que es la manifestación de la civilización del amor predicada por Jesús: «Ahora -dice el libro del Apocalipsis- se cumple la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de su Cristo» (Ap 12, 10). Nuestros mártires no se han avergonzado del Evangelio, sino que han permanecido fieles a Cristo, que dice: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará» (Lc 9, 23-24).
España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires, lo sabemos bien. Si nos limitamos a los testigos heroicos de la fe, víctimas de la persecución religiosa de los años 30, la Iglesia ha beatificado más de mil. En Ávila murieron 27 sacerdotes, 5 de los cuales han sido proclamados beatos y otros seis abulenses murieron fuera de nuestra Diócesis.
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