miércoles, 3 de octubre de 2012

Carta de nuestro Obispo: "Un curso para la Nueva Evangelización"


¿Qué es la nueva evangelización? Antes de subir al cielo y sentarse a la derecha del Padre, Jesucristo envió a sus discípulos a proclamar el Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo he mandado”. La tarea era inmensa porque ellos eran un grupo pequeño de testigos. Para darles coraje el Señor les prometió una fuerza sobrenatural, el Espíritu Santo, y les aseguró su presencia: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Transformados por el Espíritu, los discípulos se dispersaron por todo el mundo conocido difundiendo el Evangelio de Jesucristo. Sus sucesores continúan la misma misión que conserva su actualidad hasta el fin de los siglos.

La evangelización se dirige, pues, a los pueblos que todavía no conocen el evangelio. Se extendió al continente americano en el siglo XVI y más tarde a África, Asia y Oceanía. Pero Jesús y su palabra salvadora siguen sin conocerse en muchos pueblos de la tierra y otros muchos de antigua tradición cristiana han olvidado la buena noticia que recibieron, barridos por la cultura moderna.

Por eso, en las últimas décadas se viene hablando de la urgencia de una nueva evangelización. Si la evangelización es la tarea ordinaria de la Iglesia, la ausencia de la fe en una parte de los países de la antigua cristiandad exige una renovada tarea de llevar de nuevo la esperanza de salvación a las gentes que un día la conocieron y por razones históricas y culturales la han olvidado. Los cristianos, siguiendo la palabra de Jesucristo, nos proponemos vivir la Buena Noticia con tal intensidad que seamos capaces de transformar la vida personal, familiar y social de la globalidad, empezando naturalmente, por los espacios más próximos. Para lo cual la Iglesia deberá utilizar un renovado entusiasmo, como lo hizo Santa Teresa hace 450 años, nuevos modos y nuevas expresiones del Evangelio, de modo que pueda ser entendido y acogido por el hombre contemporáneo. Se trata de un desafío para extraer cosas nuevas y cosas viejas del precioso tesoro de la Tradición.

Este va a ser el tema del Sínodo que dentro de unos días va a comenzar en Roma: Una nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. No es nueva la preocupación, evidentemente. Desde la década de los ochenta, los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI vienen repitiendo el mismo mensaje, cada vez con mayor claridad y urgencia: hemos de encontrar un medio gracias al cual podamos enfrentarnos a los desafíos de un mundo en acelerada transformación, y un camino para vivir el don de ser congregados por el Espíritu Santo para vivir la experiencia de Dios padre. Este medio no es otro que una fe viva y un testimonio convincente.

Pero la urgencia llega a nosotros también en forma de obligación. Con frecuencia pensamos que los hombres podrán salvarse por otros caminos gracias a la misericordia de Dios y así justificamos nuestra pereza; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza o por ideas falsas omitimos anunciarlo? La transmisión de la fe, antes de plasmarse en un programa de actividades se plantea a los cristianos como una preocupación espiritual. La fecundidad y la eficacia de nuestra acción evangelizadora  radica en la capacidad o incapacidad que la Iglesia tenga para configurarse a sí misma como una comunidad, como una fraternidad, como un cuerpo capaz de transmitir las experiencias que vive. La Iglesia no es una empresa o una máquina sino una comunidad de hermanos que experimenta la fe y el gozo de vivir en Jesucristo y que le lleva impulsivamente a comunicarlo a los demás, como el mayor don que puede transmitir.

La tarea no es fácil. Nos encontramos en un momento histórico de grandes convulsiones y tensiones, de pérdida de equilibrio y de puntos de referencia. Vivimos sólo en el presente y en lo provisional, sin interesarnos ni el pasado ni el porvenir. Sobre nosotros se lanzan sospechas, interrogantes y críticas. Nos sentimos acosados por crisis económicas, de falta de moralidad, hasta de falta de sentido.

El sínodo próximo de los obispos va a pensar y dialogar sobre todos estos aspectos, que sitúan a la Iglesia, a cada una de nuestras comunidades y a nosotros mismos en una encrucijada que, con la inspiración del Espíritu nos dará mucha luz y gran energía sobre cómo evangelizar. Estemos atentos: algo importante va a llegar.




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