Al comienzo del nuevo año, celebramos la Jornada Mundial del
emigrante y del refugiado con el lema “Menores migrantes vulnerables y sin voz.
Reto y esperanza”. Nos recuerda la dura realidad que viven tantos hermanos
nuestros, especialmente los más vulnerables entre ellos, los niños. En su
mensaje el papa Francisco nos invita a fijar nuestra mirada en los niños
migrantes porque «son quienes más sufren las graves consecuencias de la
emigración, casi siempre causada por la violencia, la miseria y las condiciones
ambientales, factores a los que hay que añadir la globalización en sus aspectos
negativos».
El Papa nos recuerda las palabras del Señor: «El que acoge a
un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me
acoge a mí, sino al que me ha enviado» (Mc 9,37). Son palabras que apasionan y,
a la vez, comprometen; palabras que trazan un camino que conduce a Dios,
partiendo de los más pequeños y pasando por el Salvador. Y, para que este
itinerario se concrete, se precisa nuestra acogida. Al hacerse Dios un niño
entre nosotros, nuestra apertura a la fe requiere la cercanía afectuosa hacia
los más pequeños y débiles. La fe, la esperanza y la caridad están involucradas
en las obras de misericordia que hemos acentuado en el Año jubilar.
Hoy, lo sabemos bien, la emigración no es un fenómeno
limitado a algunas zonas del planeta, sino que afecta a todos los continentes y
adquiere cada vez más la dimensión dramática de una cuestión mundial. No se
trata sólo de personas en busca de un trabajo digno o de condiciones de vida
mejor, sino también de hombres y mujeres, ancianos y niños que se ven obligados
a abandonar sus casas con la esperanza de salvar su vida y encontrar en otros
lugares paz y seguridad. La carrera desenfrenada de algunas personas hacia un
enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo el aumento de plagas monstruosas
como el tráfico de niños, la explotación y el abuso de menores y, en general,
la privación de los derechos propios de la niñez, sancionados por la Convención
Internacional sobre los Derechos de la Infancia.
¿Cómo responder a esta realidad? En primer lugar, siendo
conscientes de que la emigración no está separada de la historia de la
salvación, es más, forma parte de ella. Este fenómeno es un signo de los
tiempos, que se ha repetido frecuentemente en la historia y en la comunidad
humana, y en el que es posible descubrir la acción providencial de Dios con
vistas a la comunión universal.
En segundo lugar está nuestro compromiso que nos centra en
la protección, la integración y en soluciones estables, ya que «estos chicos y
chicas terminan con frecuencia en la calle, abandonados a sí mismos y víctimas
de explotadores sin escrúpulos que, más de una vez, los transforman en objeto
de violencia física, moral y sexual» (Benedicto XVI, 2008). La línea divisoria
entre la emigración y el tráfico de personas puede ser en ocasiones muy sutil,
asegura el Papa.
Queridos diocesanos, sintamos en esta Jornada una llamada a estar
atentos a este fenómeno, que forma parte de las nuevas esclavitudes; ofrezcamos
los recursos humanos y materiales que
respondan a este desafío, especialmente doloroso, por afectar
a los más desvalidos y necesitados de protección y ayuda. Tarea que encomendamos a la
Bienaventurada Virgen María, que emigró a Egipto con su esposo san José, para
salvar al Niño Dios de la persecución de Herodes.
Con mi bendición y afecto,
+ Jesús, Obispo de Ávila
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