El próximo sábado 25 de junio celebraremos el
Encuentro Diocesano de las Familias, organizado por el Secretariado de Familia
y Vida del Obispado de Ávila, este año con el lema: “Misericordia en familia”.
El matrimonio es el “reflejo” del amor que Dios tiene a la humanidad; reflejo
de un amor como el descrito por san Pablo: paciente, servicial, sin envidia,
sin alarde, sin arrogancia; amor que busca el interés de los demás, no se
irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra en la injusticia y goza con la
verdad; amor que disculpa sin límites, cree sin límites, espera y soporta sin
límites. El amor no pasa nunca (1 Co 13).
El Papa Francisco, en su exhortación La
alegría del amor, nos dice que el matrimonio, con nuestra debilidad y nuestras
limitaciones, es un “reflejo del amor de Dios”. Esto tiene consecuencias
concretas y cotidianas, porque los esposos, en virtud del sacramento, son
investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible, a partir de
las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia,
que sigue entregando la vida por ella.
El amor conyugal, ciertamente, se mueve en el
mundo de las emociones y sentimientos, eso que los clásicos llamaban “pasión”,
pero -mediante el sacramento del matrimonio- ese amor se eleva al punto de
convertirse en signo de un amor más grande, más pleno: el de Dios. «El amor
matrimonial lleva a procurar que toda la vida emotiva se convierta en un bien
para la familia y esté al servicio de la vida en común. La madurez llega a una
familia cuando la vida emotiva de sus miembros se transforma en una
sensibilidad que no domina ni oscurece las grandes opciones y los valores sino
que sigue a su libertad, brota de ella, la enriquece, la embellece y la hace más
armoniosa para bien de todos».
El Papa compara el amor conyugal con el amor
de amistad, pero llevado a su más alta cumbre de donación. El mismo Jesús dijo
a sus discípulos: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos»
(Jn 15, 13). Por eso, «Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es
la “máxima amistad”. Es una unión que tiene todas las características de una
buena amistad: búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura,
estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la
vida compartida. Pero el matrimonio agrega a todo ello una exclusividad
indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de compartir y construir
juntos toda la existencia».
En estas fechas, comenzando el verano, hay
muchas parejas que se unen en matrimonio. A todas ellas mi más sincero deseo de
felicidad. Y, a los novios que tienen intención de realizar su vocación
construyendo una familia, quiero recordaros lo que nos dice el Papa: «La unión
que cristaliza en la promesa matrimonial para siempre, es más que una
formalidad social o una tradición, porque arraiga en las inclinaciones espontáneas
de la persona humana… Prometer un amor para siempre es posible cuando se
descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos
permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. Que ese amor
pueda atravesar todas las pruebas y mantenerse fiel en contra de todo, supone
el don de la gracia que lo fortalece y lo eleva».
Reitero mi invitación a todas las familias de
la Diócesis para participar del Encuentro diocesano de las Familias, el próximo
sábado 25 de junio, en el noviciado de Santa Teresa (el Soto). Comenzaremos a
las 11h. Compartiremos el testimonio, la comida de picnic, momentos lúdicos,
finalizando con la eucaristía a las 5 de la tarde. Habrá monitores para los
niños. Que este Jubileo de la misericordia nos ayude a crecer en familia y a
vivir los valores cristianos que la sostienen.
Con mi bendición y afecto,
+ Jesús, Obispo de Ávila
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