Ayer hemos celebrado el Encuentro Diocesano de
las Familias. Fue una celebración muy hermosa en la que compartimos todos como
una gran y verdadera familia. Conviene que sigamos acogiendo con gratitud el
rico contenido de la Exhortación Amoris laetitia del Papa Francisco. Hoy me
gustaría detenerme en el capítulo quinto, dedicado a la fecundidad del amor.
¿Qué nos dice el Papa?
El amor auténtico es fecundo: genera vida. Por
eso, el amor conyugal no se agota en la donación recíproca de los esposos, sino
que se prolonga más allá de ellos expresándose en la realidad de los hijos. Los
hijos son un don de Dios. Dios, en su infinita misericordia, se fía de los
padres y les hace partícipes de lo más propio suyo: de su poder creador. Por
eso, los padres han de acoger y custodiar con responsabilidad y asombro el don
de los hijos. No son dueños de la vida de sus hijos, sino custodios y
guardianes.
El Papa recuerda que «las familias numerosas son
una alegría para la Iglesia» y que, en ellas, «el amor expresa su fecundidad
generosa». No obstante, conviene entender de manera adecuada la paternidad
responsable, que no es procreación ilimitada sino que implica por parte de los
padres un uso responsable de su libertad, teniendo en cuenta tanto la realidad
social, como su propia situación.
El embarazo es el tiempo gozoso y a la vez
difícil de la espera de una nueva vida. Cada niño es un sueño de Dios fruto de
su amor eterno del que los padres han de participar soñando a su hijo. De ahí
que el Papa señale que un hijo no puede ser nunca una solución para un problema
o ser usado para el propio beneficio, sino que «es un ser humano con un valor
inmenso». Los niños han de sentirse esperados y amados gratuitamente y de forma
incondicional. El Papa Francisco pide a las mujeres embarazadas que cuiden el
gozo de la maternidad a pesar de las dificultades, porque el niño merece y
necesita de esa alegría que es fruto de saberse instrumento de Dios para traer
una nueva vida al mundo.
El Papa señala también la necesidad y el
derecho natural del niño a recibir el amor de una madre y de un padre para su
íntegra y armoniosa maduración personal. «No se trata sólo del amor del padre y
de la madre por separado, sino también del amor entre ellos». Por desgracia,
muchos niños y jóvenes viven hoy un profundo sentimiento de orfandad. Los niños
necesitan de la presencia materna, especialmente en los primeros meses de vida.
El feminismo extremo, que persigue la uniformidad y la negación de la maternidad,
es un grave peligro para nuestra sociedad.
El Pontífice recuerda también el papel
imprescindible de los padres en la transmisión de la fe. La protección y
orientación del padre a los hijos son tan necesarias como los cuidados
maternos. Hoy día, el problema no es la “presencia entrometida” de los padres,
sino más bien su ausencia y la crisis de autoridad. Los padres han de estar
presentes, pero sin ser controladores ni anular a los hijos.
El Papa no olvida a los esposos que no pueden
tener hijos y del sufrimiento que esto les supone. Señala la adopción como
camino para realizar su paternidad de una manera generosa. No obstante, la
procreación y la adopción no agotan la fecundidad del amor.
Queridos diocesanos, la familia que transmite
la fe y hace presente el amor de Dios se convierte en familia fecunda. En
cambio, cuando se encierra en su propia comodidad y olvida sus deberes sociales,
enferma. La celebración de la Eucaristía ayudará a las familias a superar la tentación
de la indiferencia y a reforzar sus deseos de fraternidad y compromiso con los
más necesitados.
Con mi bendición y afecto,
+ Jesús, Obispo de Ávila
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