D. José Máximo Moro Briz |
José Máximo Moro Briz nació en Santibáñez de
Béjar, Salamanca, en 1882. Sus padres, don Jorge y doña Fernanda, formaban un hogar
profundamente cristiano donde maduró también la vocación sacerdotal de su
hermano Santos, luego obispo de Ávila, y de su hermana Modesta, hija de la
Caridad, martirizada en octubre de 1936.
En 1896, José Máximo ingresó en el Seminario
Diocesano de Ávila, donde alcanzó resultados académicos brillantes y fue ejemplo
de santidad para todos sus compañeros. El 24 de septiembre de 1910, fue
ordenado sacerdote por el obispo dominico fray Máximo Fernández y nombrado cura
ecónomo de Santa Lucía y luego párroco de Tormellas, siempre en el
arciprestazgo de El Barco de Ávila. Desde el primer momento, llamó la atención
por su intensa vida de piedad y celo pastoral, así como por los desvelos para
atender materialmente a sus feligreses. Todavía se recuerda en aquellos pueblos
su intervención para que se instalase en las riberas del Tormes una pequeña central
eléctrica que suministrase energía a una comarca singularmente desfavorecida.
En
1919, ejerció durante un tiempo como cura de Velayos, en la Moraña; pero pronto
regresó a Tormellas y a Navalonguilla, muy cerca de allí. En 1924, fue nombrado
arcipreste de El Barco hasta que, en 1926, fue trasladado a la villa de
Cebreros, donde permanecerá hasta su muerte.
Iglesia parroquial de Cebreros |
La vida pastoral en Cebreros no fue menos
intensa. Antes de amanecer, don José Máximo abría personalmente la puerta de la
iglesia, donde se recogía en oración durante horas. Atendía con una prudencia
exquisita y sin ostentación a muchos enfermos, a los que pagaba en secreto las
medicinas que no podían comprar en la farmacia. En la celebración de la
Eucaristía, decían, “se abría el cielo ante sus ojos, como si pudiera hablar
con Dios cara a cara.” Desde 1929, cuenta con la ayuda de un coadjutor, don
Zacarías Cecilio Martín, que también alcanzó el martirio en octubre de 1936.
Después de 1931, además de las dificultades de atender a una población
numerosa, todo se complicó un poco más.
El 22 de julio de 1936, llegó a Cebreros un
grupo numeroso de milicianos comunistas que venía de Madrid con intención de
acabar inmediatamente con el párroco. Los feligreses lo impiden y, de momento,
consiguen su libertad. Don José Máximo queda en el pueblo, sin intención de
huir. Dos días después, un nuevo grupo de milicianos de la FAI, bien armados,
regresan a la residencia del párroco, quien percibe que la hora ha llegado.
Pide morir allí mismo, pero le obligan a salir de casa y a montar en una
furgoneta, camino de El Tiemblo. Le custodian más de 20 personas. Algunos,
impresionados por su testimonio, cuentan luego lo sucedido.
Junto a la cuneta, en un pequeño montículo,
don José Máximo es sujetado por un combatiente. Antes de iniciarse la ejecución,
inesperadamente, una bala perdida sale disparada de uno de los fusiles y hace
blanco en el miliciano. La herida es mortal y el sacerdote lo percibe
inmediatamente. Se produce un alboroto, una discusión acalorada entre los
anarquistas. En este momento se descubre la grandeza de una vida ya antes
entregada por su pueblo; don José Máximo da la altura de su talla sacerdotal,
extraordinaria, sólo posible por la asistencia del Espíritu. El sacerdote le
conforta y le imparte la absolución sacramental, su último acto ministerial: “Yo
te absuelvo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Luego,
una ráfaga de disparos acaba con su vida. Serían las cuatro de la tarde de
aquel ya lejano 24 de julio de 1936.
Don José Máximo murió consciente de lo que
estaba sucediendo. Perdonó a sus perseguidores, sin palabras altisonantes, sin
vanagloria. En Cebreros se supo pronto que su querido párroco había muerto como
valiente soldado de Cristo, confesando una fe arraigada, consecuente: “Viva
Cristo Rey”. Ese mismo día había dejado escrito: “Sed buenos, para que nos
juntemos todos en el cielo.” Acababa de recibir la noticia de la muerte
martirial de don Basilio, el párroco de Navalperal de Pinares. No podía esperar
otro destino para los que permanecieran fieles en esta hora. Hoy sus restos
descansan en la capilla de los mártires de la Catedral de Ávila y su memoria martirial,
muchos años después, sigue muy viva entre los feligreses de Cebreros.
Don José será uno de los abulenses beatificados en la próxima ceremonia que se realizará en Tarragona en octubre de 2013.
Don José será uno de los abulenses beatificados en la próxima ceremonia que se realizará en Tarragona en octubre de 2013.
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