El día 16 de julio
festejamos a la Bienaventurada Virgen María, en la advocación de Nuestra Señora
del Carmen, una fiesta bien arraigada en nuestro pueblo de Ávila, que merece la
pena vivirla desde lo hondo de nuestro corazón. Para ello os invito a
reflexionar unos minutos sobre la experiencia que tuvo de María nuestra querida
santa Teresa.
Teresa pasó
paulatinamente desde una devoción superficial a la Santísima Virgen hasta
introducir su presencia en lo hondo de su vida espiritual y en su oración.
Entre las gracias singulares que recibió Teresa, algunas estuvieron
directamente relacionadas con la Santísima Virgen. Concretamente, obtuvo dos
gracias de María: el don de una pureza total y una vestición por parte de nuestra
Señora, que le anunciaba el hecho de que sería madre de una nueva familia, el
nuevo Carmelo reformado. Así lo cuenta la Santa: «Parecióme, estando así (en
arrobamiento grande) que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad,
y al principio no veía quien me las vestía. Después vi a nuestra Señora hacia
el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella
ropa… Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria, luego pareció
asirme de las manos nuestra Señora… Era grandísima la hermosura que vi en
nuestra Señora… Parecíame nuestra Señora muy niña» (V 33, 14).
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