La ciudad de Ávila se viste de fiesta
para acoger un acontecimiento eclesial de suma importancia: la coronación
canónica de la imagen de la Virgen de las Vacas. Acontecimiento que aprovecho
para que nos sirva de reflexión para este Domingo VII de Pascua en el que
celebramos la Ascensión del Señor.
Desde hace tiempo, la Cofradía de Ntra. Sra.
de las Vacas se ha venido preparando para este solemne acto con catequesis,
celebraciones y otras actividades, incluida la caritativa y social; esta
preparación les ha ayudado a conocer mejor las verdades de la fe, a crecer en
la vida cristiana y a renovar la devoción que profesan a la Virgen María bajo
esta advocación, de modo que más la amen e imiten como buenos hijos.
Y ¿qué significa la coronación de una imagen
de la Virgen?
Es un acto de amor de la Iglesia, de veneración,
de respeto y admiración hacia la Virgen María, Madre del Señor y Madre nuestra.
La coronación de la Virgen se inspira en el pasaje del libro del Apocalipsis
que dice: «Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, y la
luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (12, 1). La
Virgen María empezó a ser Reina en el instante en que concibió, por obra del
Espíritu Santo en su seno, a Jesucristo, Rey del universo. Este es el motivo
por el que la Virgen es digna de la “corona merecida” de un modo eminente. Como
dice la primera carta de Pedro, «recibiréis la corona de gloria que no se marchita»
(5, 4). El Concilio Vaticano II afirma que «María fue ensalzada por el Señor
como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su
Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte» (LG 59).
Sólo desde esta relación particular entre Madre
e Hijo, se entiende el gesto que hemos realizado al coronar la imagen de la Virgen
de las Vacas. Ella es Reina porque es madre del Rey. Benedicto XVI afirma: «La
pequeña y sencilla muchacha de Nazaret se ha convertido en Reina del mundo.
Esta es una de las maravillas que revela el corazón de Dios. Naturalmente la
realeza de María depende totalmente de la de Cristo» (Ángelus, 22/08/2010).
Por este motivo, los fieles cristianos nos
dirigimos a ella con el título de Reina: «Dios te salve Reina y Madre de
misericordia» o «Reina del cielo alégrate», y en las Letanías del Rosario la
invocamos: «Reina de los apóstoles, Reina, de los mártires, Reina de las vírgenes,
Reina concebida sin pecado original, Reina asunta al cielo, Reina de la paz,
ruega por nosotros».
Y para nosotros, ¿qué significa esta
coronación?
Este acto es un grito de felicitación a María,
como el que pronunció su prima Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre!» (Lc 1, 42). Con la coronación a la Virgen se cumple la
profecía que ella misma anunció: «Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones» (Lc 1, 48).
La coronación es un acto del Pueblo de Dios
que manifiesta visiblemente su fe y esperanza en la Madre, su agradecimiento
por tantos favores recibidos por su mediación. A nuestra mente viene el
recuerdo agradecido de nuestros abuelos, padres y sacerdotes que nos hablaron
de la Virgen, nos enseñaron a rezarle llevándonos de su mano a la ermita. A nuestros
antepasados debemos la devoción a la Virgen y la fe que hemos recibido.
Queridos diocesanos, nuestro amor a la Virgen
María nos ha llevado a realizar este gesto cargado de fe y esperanza; pero para
ella, la Reina del cielo, su más preciada corona somos nosotros, sus hijos. ¡Niños,
jóvenes, adultos y mayores entorno a la Virgen, formamos una corona humana de
hijos suyos! ¡De modo especial las familias! Que en cada familia cristiana se
respire el amor y la fraternidad, que sea un espacio abierto a la transmisión
de la vida y al despertar religioso, un lugar donde se reza y se acoge a los
pobres y necesitados. María nos contempla y nos bendice desde el corazón de
Dios. ¡Nuestra Señora de las Vacas, Reina y Madre nuestra, ruega por nosotros!
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