Durante este tiempo de Navidad hemos
contemplado distintas epifanías en las que Dios se ha ido manifestando como el
Dios-con-nosotros, en tres acontecimientos: su nacimiento en Belén, los Magos de
oriente y su Bautismo en el Jordán. Este domingo celebramos el Bautismo del
Señor. Me gustaría reflexionar sobre tres aspectos: el bautismo de Jesús, la
relación entre el bautismo y la fe, y el compromiso personal que nuestro
bautismo implica.
Primero: el bautismo de Jesús en el Jordán. «En
aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que
lo bautizara» (Mt 3, 13). Este es el momento de la vida de Jesús que se indica
como el comienzo de su “vida pública”, después de haber pasado más de 30 años
de existencia sencilla y trabajadora en el hogar de Nazaret. «El bautismo de
Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo
doliente» (CCE, 536); el Señor nos invita a poner nuestra mirada en él: «Mirad
a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero» (Is, 42, 1); del
mismo modo que lo hace esa voz del cielo: «Este es mi Hijo, el amado, mi
predilecto».
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